jueves, junio 2

El hombre y la cárcel CAP 1

Hoy leyendo el último libro que ha caido en mis manos, en el metro como siempre, he encontrado un cuento que me ha hecho pensar mucho, me he sentido autobiografiada, y se que alguien que vive aqui cerquita tb se sentirá asi al leerlo (vamos o eso creo si no es asi me pegas un muerdo visi). Hoy pongo el capitulo 1, porque todo de golpe seria muy largo. Espero que quien lo lea lo entienda:

EL HOMBRE Y LA CÁRCEL - primera entrega

La guerra concluyó dejando tras de si, entre otras cosas, paredes desmoronadas y destruidas. Como a muchos otros, la muerte y la destrucción me liberó de todo. Por primera vez tras muchos años me quedé sin referencias, sin obligaciones, sin condicionamientos.
Y después de unos días me sentí oprimido por una libertad insoportable. No sabía qué hacer con ella.
Ahora que, finalmente, podía ir donde quisiera, no iba a ninguna parte.
La gente en general muy amable conmigo quizá porque yo le gustaba, por mi manera de ser o por alguna otra razón desconocida. Pero de todas maneras yo no aceptaba ninguna invitación. Temía que eso me quitara libertad y por eso no me atrevía a concertar ninguna cita.
Yo podía ir y venir a mis anchas. Podía hacer todo lo que se me ocurriera… Y quizá por esa misma causa, no hacía nada. Me sentía perdido entre las casas abiertas y la gente ocupada.
El largo día me parecía ser la terrible cárcel de la libertad. El hastío me devoraba.
Mi mañana comenzaba muy tarde. Acostumbraba salir a la calle con la idea de visitar a alguno de mis amigos, pero irremediablemente, yendo hacia su casa, me arrepentía hasta detenerme y ponía en duda la importancia de la visita o el sentido de hacerla. Pero sobre todo me generaba inquietud predecir lo que habría de seguirla.
Tomaba una dirección determinada con la convicción de que algo me estaría esperando pero de pronto me encontraba parado en la esquina de una calle, desesperado de todo, hastiado de todo y oprimido por ese libre albedrío y por las numerosas posibilidades que se me presentaban.
Así caía la tarde, sin haber abierto un libro y sin haber tomado en las manos mi violín. Quería querer algo. Quería que algo me importara. Pero nada en la vida me era demasiado querido ni suficientemente odiado.
Hasta que cierto día, cuando creía no tener otra alternativa que la muerte, decidí encerrarme en mi cárcel. Dentro de ella encontraría alivio a mi corazón, como me había sucedido otras veces.
Abrí mi armario secreto, que cerraba bajo llave, saqué la llave y me dirigí a la cárcel.
Mi cárcel se encontraba en el centro de una de las calles más animadas de la ciudad y en la puerta colgaba un cartel que anunciaba: CÁRCEL PRIVADA –ENTRADA PROHIBIDA A EXTRAÑOS.
Los transeúntes no le prestaban atención, puesto que sobre muchas otras puertas de la ciudad colgaban carteles similares.
La llave chirrió en la cerradura y la puerta se abrió con el quejido familiar. Entré prescindiendo de la mirada de los que espiaban y cerré rápidamente la puerta tras de mí. Apenas traspasé el umbral, se apoderó de mí una gran tranquilidad y mis pasos, hasta ahora dudosos se hicieron firmes y seguros.


Se puede encontrar este cuento entero y más en el libro Cuenta Conmigo de Jorge Bucay

Escuchando: A Asunción Angullo partiendo su tiza con el vasco