viernes, junio 3

El hombre y la cárcel CAP 2

Reconocí inmediatamente mi buena y vieja cárcel Reconocí las paredes blanqueadas y frescas, el reloj que marchaba sobre la pared, la mesa siempre llena de polvo, las hojas de papel, el violín, el lápiz afilado que me esperaba, la ventana abierta a la calle y el cómodo sofá.
Me acerqué a las rejas de la ventana, tomé con manos trémulas de felicidad las barras de hierro y un segundo después tomé la llave y la tiré por la ventana hacia la acera.
Me senté junto ala mesa. Sabía que algo faltaba en mi vida: un horario.
Tomé una hoja de papel y comencé a escribir:
- Despertarme a las 6.00.
- Aseo, ejercicio físico, limpieza habitación, desayuno, música (de 6 a 10.30)
- Mirar por la ventana (de 11 a 13)
- Almuerzo, acostado inmóvil, movimientos y alaridos, muecas ante el espejo, estudios, mirar por la ventana, escribir cartas a mi mismo, cena, leer cartas, pensar sobre el exterior, plegaria y aseo. (de 13 a 22)
- Recogimiento: 22.30
Pegué entonces el papel sobre la pared. Los días me empezaron a llenar de seguridad y observé mi horario con maravillosa puntualidad. Estaba seguro de experimentar la sensación de plenitud que embarga al hombre ocupado. Sin embargo, pese a la magnificencia de la satisfacción de los primeros días y el absoluto asentamiento en mi cárcel de olvido, comencé repentinamente a echar de menos el mundo de fuera de las rejas de mi ventana. Noté que comía poco, que dejó de interesarme el violín y que me absorbían cada vez más los pensamientos sobre el exterior y mirar por la ventana. Debo confesar que comencé a traicionarme.
Mientras hacía ejercicios, echaba una ojeada a pesar mío hacia la ventana; después de dos meses me levantaba más temprano y saltaba el desayuno para mirar más tiempo por la ventana. Empecé a experimentar una horrible sensación de desarraigo, mucho más intensa que antes. Y me di cuenta de que en el exterior, fuera de mi ventana, bullía la vida mientras yo estaba en la cárcel, aislado de todos y rodeado de murallas, la mayor parte de las cuales había levantado con mis propias manos. ¡Qué difícil me resultó enfrentarme a la verdad! Quería regresar a todo aquello que había despreciado, a la vida y a los seres humanos. Quería salir. Juro que lo quería. Pero me acordé de que la llave estaba afuera, lejos del alcance de mi mano, todavía tirada junto al cordón. En realidad, pensé, bastaba pedirla a uno de los transeúntes para encontrarme de nuevo entre seres humanos. Primero rogué en voz baja, luego en voz alta y finalmente a gritos, pero nadie prestó atención a mi pedido. La gente caminaba apresurada, como si no me viera, como si no supiera que mi libertad se encontraba en sus manos. Jamás sufrí tanto.
Mi cárcel, refugio ideal de otros tiempos, me había aislado de la vida.
De pronto, pasos irregulares se dejaron oír a la izquierda de mi ventana. Una anciana se acercó lentamente y se detuvo justo al lado de la llave de mi prisión. Mis sentidos estaban tensos hasta estallar. Era indudable que había visto la llave. Seguí su mirada… Con tal de que no la coja y desaparezca con ella para siempre, pensé.
- Eh.. Oiga.. Usted.. la llave es mía… - le grité - . Si me abre el regalo este lugar…, ¿me escucha?
Pero ella no me escuchaba. Muy despacio tendió la mano, como yo temía, hacia la llave. Antes de alcanzar a tocarla, se tropezó y se cayó en la calle golpeándose la cabeza.
- Socorro – gritó - . No puedo levantarme.
Nadie acudió en su ayuda. La calle estaba desierta. Sólo yo podía socorrerla. No pude dominarme. Corrí hacia la puerta y, aunque sabía que mi cerradura era inviolable arremetí contra ella con todo el peso de mi cuerpo.

(mañana cápitulo final)

Escuchando: Melón Diesel - Contracorriente